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26 de diciembre de 2008

La Cólera de Aquiles

Cólera.

Canta, oh, Musa, la cólera de Aquiles, hijo de Peleo, asesino, ejecutor de hombres destinados a morir, canta la cólera que costó a los aqueos tantos buenos hombres y envío tantas almas vitales y valerosas a la temible Casa de la Muerte. Y de paso, oh, Musa, canta la cólera de los propios dioses, tan petulantes y poderosos aquí en su nuevo Olimpo, y la cólera de los posthumanos, muertos y desaparecidos como parecían, y la cólera de los pocos humanos auténticos que quedan, por ensimismados e inútiles que puedan haberse vuelto. Mientras estás cantando, oh, Musa, canta también la cólera de esos seres pensativos, sintientes, serios pero no del todo humanos que soñaban bajo los hielos de Europa, morían en la ceniza sulfurosa de Ío y nacían en los fríos pliegues de Ganímedes.

Oh, y cántame, oh, Musa, a mí el pobre Hockenberry, nacido contra su voluntad… el pobre y muerto Thomas Hockenberry, doctorado en clásicas, Hockenbush para los amigos, amigos convertidos en polvo en un mundo ya olvidado.

Canta mi cólera, sí, mi cólera, oh, Musa, por pequeña e insignificante que pueda ser esa cólera comparada con la furia de los dioses inmortales, o con la ira del aniquilador de los dioses, Aquiles.

Pensándolo bien, oh, Musa, no cantes nada de mí. Te conozco. Te he servido, oh, Musa, incomparable zorra. Y no me fío de ti, oh, Musa. Ni pizca.


Tijeretazo de Ilión, El Asedio, de Dan Simmons
EDICIONES B
ISBN 84-666-2329-9

28 de agosto de 2008

Herbert West, Reanimador

De Herbert West, que fue mi amigo en la universidad y posteriormente, no puedo hablar sino con extremo terror. Terror que no se debe completamente a la siniestra manera en la que desapareció recientemente, sino que fue engendrado por la naturaleza intrínseca de su trabajo en vida, y que adquirió por primera vez su posterior gravedad hará más de diecisiete años, cuando estábamos en el tercer curso de carrera en la Facultad de Medicina de la Universidad de Miskatonic, en Arkham. Mientras coincidió conmigo, lo prodigioso y diabólico de sus experimentos me mantuvieron totalmente fascinado, y me convertí en su más íntimo compañero. Ahora que ya no existe y el embrujo se ha roto, mi miedo es aún mayor. Los recuerdos y las posibilidades siempre resultan más terroríficos que la propia realidad.

El primer incidente espantoso durante nuestra amistad supuso la mayor impresión que jamás había experimentado hasta entonces, y me resulta muy difícil tenerlo que relatar. Como ya he anotado, sucedió mientras nos encontrábamos en la facultad de medicina, donde West había adquirido fama a causa de sus absurdas teorías sobre la naturaleza de la muerte y la posibilidad de vencerla con medios artificiales. Sus puntos de vista, que eran ampliamente ridiculizados por el profesorado y los compañeros de estudios, giraban en torno a la naturaleza esencialmente materialista de la vida, y a los procedimientos para influir en la maquinaria orgánica del ser humano mediante una calculada acción química que entraría en liza tras el fallo de los procesos naturales. Durante sus experimentos con varias criaturas vivientes había matado y ensayado con un número ingente de conejos, cobayas, gatos, perros y monos, llegando a convertirse en el personaje más molesto de la Facultad. En varias ocasiones había conseguido obtener signos de vida en animales supuestamente muertos –generalmente, violentos signos de vida-, pero pronto se dio cuenta de que la perfección de su método, de ser efectivamente posible, le requeriría sin género de dudas la dedicación de toda una vida a sus investigaciones. Del mismo modo, vio con total claridad que, puesto que una misma solución no actuaba de igual manera aplicada a distintas especies orgánicas, necesitaría ejemplares humanos para conseguir resultados futuros y progresos más especializados.

Tijeretazo de Herbert West, Reanimador
Relato incluido en Narrativa Completa, Vol. I
de H.P.Lovecrat
Editado por VALDEMAR GÓTICA

A la vuelta de la esquina:
- Soy Leyenda
- Watchmen

31 de julio de 2008

Azathoth, Sultán de los Demonios

Una de las entidades de los Mitos de Cthulhu más fascinantes es, qué duda cabe, el gran Azathoth. “Ubicado” más allá del Tiempo y el Espacio y, presumiblemente, en el mismísimo centro del Universo, Azathoth resulta, quizá por su ambigüedad, su estupidez y su devastador poder, el "Ser" más peligroso del Cosmos. Por suerte, este microscópico rincón de la realidad que es nuestro planeta, junto a sus insignificantes habitantes, están más allá de cualquier interés de este Dios de Dioses.

Las teorías acerca de la naturaleza, aspecto o pretensiones de Azathoth son abrumadoramente abundantes, manifestando lo mucho que desconocemos de Él, o quizá, ofreciendo entre todas una imagen global tolerable, formada de retazos contradictorios. Una imagen que tal vez se aproxime, siquiera someramente, a la incompresible esencia de Su realidad. Azathoth está más allá del entendimiento del Hombre. Pese a ello, he aquí algunas aproximaciones jamás demostradas sobre su naturaleza. El texto que sigue está copiado del juego de rol El Rastro de Cthulhu, editado por Edge Entertainment. Aprovecho para recomendar este juego, tanto por contenido como por continente, a roleros y seguidores de la obra de Lovecraft.

· Azathoth, el dios idiota y ciego, existe en el centro del universo, más allá del espacio-tiempo normal. Su forma amorfa se retuerce eternamente al son de flautistas demoníacos, servido por dioses menores que bailan dementemente. Azathoth es el soberano de los Dioses Exteriores. Es poco adorado en la Tierra, pues ni siquiera presta atención a sus posible sectarios. Si es convocado, explosiona el área en torno a él, dejando sólo rocas partidas, charcos de agua alcalina y árboles muertos y astillados.

· “Azathoth” es el nombre dado en el Necronomicon a “el monstruo nuclear más allá del espacio angular”, la ilusoria personificación del Bing Bang, igual que “Thor” personifica el trueno y el relámpago. La “llamada” o “convocación” de “Azathoth” es el código secreto para el empleo de la energía atómica.

· Azathoth es un intelecto emergente, un Titán, creado en las inmensas presiones del horizonte de sucesos del supermasivo agujero negro situado en el centro de la galaxia, en Sagitario. El “infernal silbido de flautas” es el aullido de la radiación de alta frecuencia emitida desde su “prisión”, el radio de Schwarzchild del agujero negro. Su conciencia existe en el hiperespacio y mantiene una comunicación instantánea dipolar con otras entidades de agujeros negros, sus “servidores”. La explosión de Tunguska de 1908 fue un intento de convocar a Azathoth a la Tierra.

· Azathoth es un nombre que representa “un mal fundamental demasiado terrible como para ser descrito”. Firmar “el libro de Azathoth” es la declaración de absoluto nihilismo existencial de un sectario, y expresa la completa indiferencia a torturar o ser torturado.

· Azathoth es un Dios Exterior, una conciencia creada por el puro peso de las matemáticas conceptuales en el centro del universo. Con las matemáticas aparecen la dimensionalidad y el valor; las ecuaciones que producen a Azathoth son simultáneamente tan claras como para forzar una solución y tan complejas como para lograr una conciencia rudimentaria. Su aullido es su lloro de nacimiento, su grito de rabia contra un universo que le ha chafado hasta la existencia. Sólo desea morir y matar al cosmos que lo formó, y sus deseos se convierten en el implacable fin de todas las cosas.

· Azathoth fue el líder de una revuelta contra los Dioses Arquetípicos que imponen orden en el universo, sin el que la materia misma no podría existir. Fracasó y fue lanzado de vuelta al infinito agujero de gusano en el origen del tiempo.

· Azathoth o bien no existe o bien es un Titán estúpido mantenido por Nyarlathotep para justificar su propio poder como el “mensajero de Azathoth”. Por supuesto, el engaño ha generado la suficiente creencia en la Tierra y a lo largo de la galaxia como para que Azathoth bien pueda existir en algún terreno perceptivo.

10 de abril de 2008

Rendidas a mis pies

El desodorante Body Spray 4 SQUARE MEN ENERGY contiene una fragancia masculina que combina elegantemente el espíritu aventurero y la vivacidad arrolladora del espíritu creativo sobre una estructura lujosa y sensualmente cálida. La fragancia combina notas mediterráneas con naranja, mandarina y bergamota, en una recreación de nuestro universo cercano, soleado, cálido y alegre.

Tijeratazo de un frasco de desodorante 4 SQUARE MEN ENERGY, de Laboratorios Maverick




2 de enero de 2008

Hijos de las Estrellas

Desde que se formó la Tierra, el número total de átomos de cada elemento particular no ha cambiado, a excepción de la cantidad insignificante que se transforma mediante reacciones nucleares. Un átomo de carbono formado en una estrella extinta y ahora componente de una de sus neuronas cerebrales (tal vez la que en este preciso instante está procesando este pensamiento) puede haber formado parte en otra época del ala de un Archaceopteryx que vivió hace ciento cincuenta millones de años. Al morir este pequeño dinosaurio volador, fue biodegradado por la acción de bacterias y el átomo de carbono que nos ocupa pasó a convertirse en una parte del citoplasma de una de ellas. Cuando el agua de cualquier río arrastró la bacteria hasta el mar, esta quedó atrapada entre sedimentos y el átomo de carbono pasó a ser parte de una molécula de calcita. Los procesos tectónicos lo condujeron al interior de la Tierra, donde millones de años después la roca fundida que lo contenía salió eyectada a la superficie con el magma de un volcán. Nuestro átomo de carbono migró entonces a la atmósfera formando parte de una molécula de dióxido de carbono. Luego se incorporó mediante fotosíntesis a una planta de espinacas, justo la que a usted le obligaron a comer de niño, y así se incorporó a su cerebro.



Tijeretazo de Hijos de las Estrellas, de Daniel Roberto Altschuler
Cambridge University Press
ISBN 84-8323-255-3

28 de octubre de 2007

Soy Leyenda

En aquellos días nublados, Robert Neville no podía saber cuando se ponía el sol, y a veces ellos ya estaban en las calles antes de que él regresara. La hora del crepúsculo estaba unida para él, por los hábitos de toda una vida, al aspecto del cielo, y prefería entonces no alejarse demasiado.

Caminó lentamente alrededor de la casa, en la luz grisácea y débil, con un cigarrillo colgándole de la boca, y arrastrando por encima del hombro un hilo de humo. Revisó las ventanas en busca de alguna madera floja. Los ataques más violentos dejaban tablones rotos o arrancados en parte, y debía reemplazarlos. Odiaba esta tarea. Hoy, asombrosamente, sólo faltaba un tablón.

En el patio examinó el invernadero y el tanque de agua. A veces los hierros que protegían al tanque se habían aflojado, y los caños estaban retorcidos o rotos. A veces, en el invernadero, las piedras arrojadas por encima del muro habían agujereado la red protectora, y tenía que cambiar algunos vidrios.

Pero el tanque y el invernadero estaban hoy intactos.

Volvió a la casa. Mientras abría la puerta de calle, vio en el espejo una distorsionada imagen de sí mismo. Un mes antes había clavado allí aquel espejo agrietado. Pocos días más tarde, alguno trozos caían en el porche. Que siga cayendo, pensó. No colgaría allí otro condenado espejo; no valía la pena. Había puesto en cambio algunas cabezas de ajo. Era más eficaz.

Atravesó lentamente el oscuro silencio de la sala, dobló por el pasillo de la izquierda, y entró en el dormitorio.

En otro tiempo los adornos habían abarrotado la habitación, pero ahora todo era enteramente funcional. Como la cama y el escritorio ocupaban tan poco espacio, había transformado una pared en almacén.

En el estante había un serrucho, un torno y una piedra esmeril. Sobre él, en la pared, todo un muestrario de herramientas.

Neville tomó un martillo y extrajo del desorden de una caja unos pocos clavos. Volvió a salir, y clavó rápidamente el tablón en la persiana, arrojando los clavos sobrantes en la derrumbada puerta próxima.

Durante un rato, se quedó allí, de pie en el jardín, observando la calle larga y silenciosa. Era un hombre alto, de treinta y seis años de edad, de ascendencia inglesa y alemana. Nada de notable había en su rostro, excepto la boca, ancha y firme, y los ojos azules y brillantes, que observaban ahora las ruinas de las casas aledañas. Las había quemado para evitar que vinieran por los techos.


Tijeretazo de Soy Leyenda, de Richard Matheson

25 de septiembre de 2007

El Buen Juicio

Unos años antes, cuando Randy se cansó de la presión incesante en la mandíbula inferior, fue al mercado de cirugía oral del centro norte de California buscando a alguien que le sacase las muelas del juicio. El dentista le tomó una de esas placas de rayos X totales de la mandíbula inferior, de esas en las que te forran la boca con medio rollo de película de alta velocidad, te fijan la cabeza y la máquina de rayos X da vueltas a tu alrededor lanzando radiación a través de una rendija, mientras todo el personal del dentista se oculta tras una pared de plomo, lo que produce una imagen impresa que es la distorsión no demasiado agradable de tu mandíbula en un único plano. Mirándola, a Randy se le ocurrieron analogías groseras como “cabeza de hombre aplastada varias veces por una apisonadora mientras estaba tendido de espaldas” e intentó considerarla como una transformación de cartografía, una más en la larga historia de la humanidad de intentar descabelladamente representar cosas tridimensionales sobre una superficie plana. Las esquinas de ese plano de coordenadas estaban ancladas en las muelas del juicio, que incluso para alguien con tan pocos conocimientos odontológicos como Randy ofrecían un aspecto inquietante porque cada una tenía el tamaño de un pulgar (aunque quizá se tratase de una distorsión de la transformación de coordenadas, como la famosa Groenlandia hinchada de Mecator) y estaban muy separadas de cualquier otro diente, lo que (lógicamente) las situaría en partes de su cuerpo que normalmente no se consideran territorio de un dentista y el ángulo no era el correcto; no es que estuviesen ligeramente inclinadas, sino casi invertidas y hacia atrás. Al principio lo atribuyó todo al fenómeno Groenlandia. Con el mapa de la mandíbula en la mano, se echó a la calle del territorio de las Tres Hermanas buscando un cirujano oral. Estaba empezando a ponerse nervioso. ¡Eran unas muelas enormes! Traídas por la acción de hebras de ADN antiguas de la época de los cazadores recolectores. Diseñadas para reducir la corteza de los árboles y el cartílago de mamut a una pasta fácil de digerir. Ahora esos pedruscos de esmalte viviente estaban horriblemente a la deriva en una grácil cabeza de cromagnon que simplemente no tenía espacio para ellos. Sólo había que considerar el peso extra que cargaba. Sólo había que considerar los usos que se podían dar a ese espacio. Cuando hubiesen desaparecido, ¿qué llenaría el espacio de los enormes vacíos en forma de muela de su melón? No tenía demasiada importancia hasta que encontrase la forma de deshacerse de ellas. Pero un cirujano oral tras otro lo rechazó. Ponían la placa en las cajas de luz, la miraban y palidecían. Quizá no fuese más que la luz pálida que salía de las cajas pero Randy podría jurar que empalidecían. Falsos –como si las muelas del juicio saliesen normalmente en otro sitio-, ellos comentaban que las muelas del juicio estaban enterradas muy, muy, muy profundamente en la cabeza de Randy. Las de abajo estaban tan atrás que eliminarlas prácticamente rompería estructuralmente el hueso en dos; en ese punto, un movimiento en falso haría que un pico de demolición quirúrgico llegase a su oído medio. Las de arriba estaban tan profundamente metidas en el cráneo que las raíces estaban enroscadas en partes del cerebro que normalmente se ocupan de la percepción del color azul (a un lado) y la capacidad de suspender la incredulidad en las películas malas (al otro), y entre las muelas y el aire, la luz y la saliva había muchos niveles de piel, carne, cartílago, nervios importantes, arterías que alimentaban el cerebro, abultados nodos linfáticos, vigas y puntales de hueso, médulas que funcionaban perfectamente, algunas glándulas de cuyo funcionamiento se conocía inquietantemente poco y muchas de las otras cosas que hacían que Randy fuese Randy, todas ellas pertenecientes definitivamente a la categoría de elementos que es mejor no tocar.

Parecía que a los cirujanos orales no les gustaba meterse en la cabeza más allá de los codos. Habían estado viviendo en grandes mansiones y conduciendo berlinas Mercedes-Benz al trabajo mucho antes de que Randy hubiese arrastrado su triste culo a sus consultas cargando con la placa de rayos X y no tenían absolutamente nada que ganar intentando sacarlas, no tanto las muelas del juicio en el sentido normal sino presagios apocalípticos del Libro de las Revelaciones. La mejor forma de sacarlas era con una guillotina. Ninguno de esos cirujanos se plantearía siquiera proceder a la extracción hasta que Randy hubiese firmado una excepción de responsabilidad legal demasiado gruesa para ir grapada, algo que vendría en un archivador, cuyo contenido general sería más o menos que una de las consecuencias normales de la operación sería que la cabeza del paciente acabase flotando en un tarro de formaldehído en una atracción turística más allá de la frontera mejicana. De tal guisa vagó Randy de una consulta a otra durante unas semanas, como un descastado teratómico recorriendo un desierto postnuclear al que echaban de los pueblos las críticas de los desdichados y aterrorizados campesinos. Hasta un día en que entró en un despacho y la enfermera que le atendió casi parecía estar esperándole, y le llevó hasta una sala de examen para mantener una consulta privada con el cirujano que en ese momento estaba muy ocupado, en algo que consistía en lanzar al aire un montón de polvo, en otra de las pequeñas salas. La enfermera le ofreció asiento, preparó café, luego encendió la caja de luz, cogió la placa de Randy y la colocó en su sitio. Dio un paso atrás, se cruzó de brazos y miró maravillada la imagen.

- Bien –murmuró-. ¡Así que éstas son las famosas muelas del juicio!


Tijeretazo de Criptonomicon, de Neal Stephenson

A la vuelta de la esquina:

10 de agosto de 2007

Angels Forever, Forever Angels

Mis pensamientos superaban la fuerza de doscientas Harleys a través de los Alpes. Sé que pagué un precio terrible por mi libertad. He aprendido por la vía dura que comprender mi corazón es comprender el mal que se esconde en su interior. No puedo esconderme detrás de tradiciones religiosas ni de héroes superficiales. Es imposible sustraerse a la constante inhumanidad del hombre para con el hombre. Como un guerrero, debes conocer el dolor y la aflicción junto con la alegría y la soledad. Es para aquellos que anhelan montar -siempre libres- para los que escribo estas palabras… ¡y los Ángeles serán Reyes!


Tijeretazo de Ángel del Infierno, la vida y andanzas de “Sonny” Barger y el Club de Motos “Los Ángeles del Infierno”, por Ralph “Sonny” Barger


29 de junio de 2007

Tijeretazo: Watchmen

“Había un hombre en mi vieja casa, con mi madre. Estaban comiendo algo parecido a harina cruda, y mi mamá se atragantaba con un trozo. El tipo que estaba con ella intentaba sacársela de la garganta, hasta acabar metiendo casi todo el brazo. Me decía que llamara a un médico, así que yo salía corriendo de la habitación, pero la casa había cambiado, y tampoco había ningún médico, así que yo volvía a la habitación a buscar a mi mamá. Iba caminando por una especie de pasillo, y estaba oscuro, y vi lo que parecían mi mamá y el otro tipo bailando una especie de danza antigua al otro lado de la habitación, y no llevaban puesta ninguna ropa. Estaban trotando como un caballo, y parecían dos personas metidas en un mismo traje. Cuando me acercaba, veía que no estaban bailando, sino que estaban muy apretados, como siameses, unidos por la cara, el pecho y el estómago. No tenían cara, sólo se les veían las orejas, dos a cada lado de la cara que miraba hacia la otra cara. Sus manos estaban unidas al otro cuerpo, pero las cuatro piernas estaban separadas, y parecían estar bailando de lado hacia mí, avanzando por el pasillo oscuro como un cangrejo, pero se enredaban con algo que había en el suelo, y al bajar la mirada veía que eran sus pantalones y su ropa interior. Se acercaban hacia mí, y entonces me desperté. Sentí algo extraño al despertar. Algo sucio, pensamientos y cosas sucias. El sueño me afectó físicamente. No pude evitarlo. Me siento muy mal sólo con hablar de él.”

Del expediente confidencial del pequeño Walter Joseph Kovacs encontrado en el Orfanato Charlton. Años más tarde, Kovaks asumiría la identidad secreta de Rorschach, uno de los vigilantes enmascarados de los Watchmen.


Tijeretazo de Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons

22 de mayo de 2007

Tijeretazo: Barquitos

Guillermo Fesser, uno de los integrantes del dúo Gomaespuma, dada su condición de licenciado en Ciencias de la Información, comenzó haciendo informativos en la radio, y llegó a ser subdirector del informativo la Hora H, en Antena 3 de Radio, del que era director y presentador Jesús Hermida. También a él le afectó la risa en directo, y llegó a contagiar al mismísimo Jesús Hermida. Está visto que Guillermo lleva el humor en la sangre…

Guillermo Fesser: Bueno, pues no es problema de yogur ni de ciruelas. Es otra cosa distinta. Allá en el sur, en Andalucía, a la izquierda según se viene de los moros, y en la costa, les tocó vivir a las escasas gentes de Punta del Moral esta historia. Un pueblecito tan pequeño que no ha tenido ni derecho a alcalde… y cada vez que surgen problemas hay que tirar hacia Ayamonte. Es, simplemente, que los vecinos de Punta del Moral se asoman a la ventana, y ven lo que ven…

Voz de vecino: Es que el recinto debe tener, por lo menos, cuarenta, dos por cuarenta, cuarenta metros por cuarenta, de ahí parriba… Pero con la promesa del alcalde de que la arreglaba… pues estábamos un poco aguantaos.

Guillermo Fesser: Y así están, un poco aguantaos… porque lo de hacer lo que hay que hacer… (se troncha de risa). Es que es un tema para sonrisas. Digo que así están… como decían ellos… (se ríe) un poco aguantaos (no puede parar de reir).

Jesús Hermida: Guillermo, continúa con la historia, por favor…

G.F.: Vamos a ver (se intenta serenar). Un poco aguantaos (se sigue riendo) porque lo de hacer… (se “cae” definitivamente).

J.H.: (También riéndose). Hay historias, e historias… por favor, una ráfaga… por favor (riéndose los dos).

Ráfaga: “Hora Cero, Antena 3…”

G.F.: Y claro, los vecinos no están tranquilos, los niños siguen jugando en la calle, junto a la laguna espontánea, y dos o tres, entre lloros e inocencia, han aparecido nadando entre los originales barquitos que flotan por las calles… (se ríe), pero hay más miedos…

Voz de vecina: El problema es que ahora mismo están las tuberías de la mierda, hablando en plata… como van juntas con las del agua… que se pueden muy bien partir y coger una infección peor que la gente de la colza.

G.F.: Dos meses largos, dos largos meses de apretón y promesas. Denuncias al gobernador civil y al delegado provincial de Sanidad. Tres visitas, tres, al ayuntamiento de Ayamonte… La última promesa… (se ríe y tiene que meter el siguiente corte).

Voz de vecino: Y siempre dice “esto lo arreglamos”, nos dicen en el Ayuntamiento… pero no le vemos salida, no le vemos salida… y no sabemos qué hacer. A nosotros nos gustaría saber qué podemos hacer. Aluego los ves que van con unas motobombas… “no se preocupen que mañana están aquí”… volvemos a decirle otra vez que no han venido… “no se preocupen que mañana vienen”… y así. Esta mañana vino uno, con una motobomba, pero, por lo visto, dijeron que se había estropeao y se fue…

G.F.: Así que en el sur, a la izquierda de los portugueses según se baja desde Extremadura, un pueblo pequeño y sin derecho a alcalde, Punta del Moral, hace lo que puede para no hacerse lo que debe, y por depuradoras de la vida…

Voz de vecino: Estamos un poco aguantaos… Estamos un poco aguantaos (se le escucha reír a Guillermo).


Tijeretazo de Estupidiario Radiofónico, Antología del Disparate

24 de abril de 2007

La Tradición Judaica

El rabino Zwi Chaim Yisroel, erudito ortodoxo de la Torah y que hizo de la lamentación un arte hasta entonces desconocido en Occidente, fue unánimemente considerado como el hombre más sabio del Renacimiento por sus hermanos hebreos, quienes constituían la decimosexta parte del uno por ciento de la población. En cierta ocasión, cuando se encaminaba hacia la sinagoga para celebrar la fiesta sagrada judía, que conmemora la renuncia de Dios a toda promesa, una mujer le detuvo y le hizo la siguiente pregunta:

- Rabino, ¿por qué no podemos comer cerdo?

- ¿No podemos? –preguntó incrédulo el rabino-.
¡Ah, eso sí que tiene gracia!

Esta es una de las pocas leyendas de toda la literatura hasídica que trata la ley hebrea. El rabino sabe que no debería comer cerdo; pero a él no le importa porque le gusta el cerdo. No sólo le gusta el cerdo, sino que se harta de huevos de Pascua. En suma, a él le tiene sin cuidado la ortodoxia tradicional, y considera la alianza de Dios con Abraham como “un disparate más”. Por qué la ley hebraica proscribió el cerdo es algo que aún no se ha aclarado, y algunos estudiosos creen que la Torah simplemente sugiere que no se debe comer cerdo en ciertos restaurantes.



Tijeretazo de Leyendas hasídicas según la interpretación de un distinguido erudito (del libro Como acabar de una vez por todas con la cultura), de Woody Allen

1 de abril de 2007

Tijeretazo: Algo Supuestamente Divertido...

Tengan en cuenta que el 1009 es un camarote de precio medio. La mente se encoge de placer al imaginar cómo debe de ser el baño de esos camarotes que son como áticos de lujo (64).

En cuanto uno entra en el baño del 1009 y enciende la luz del techo, también se enciende un ventilador cuya fuerza y aerodinamismo no le dan cuartel al humo o a los olores corporales más ofensivos (65). Es tanta la succión del ventilador que si uno se pone de pie debajo de su respiradero de lamas, el pelo se eleva verticalmente sobre la cabeza, lo cual, junto con la acción contundente y abundantemente ondulante del secador Siroco, me permite horas enteras de diversión frente al espejo espléndidamente iluminado.

La ducha en sí rinde mucho más de lo esperado. El agua del grifo caliente es abrasadoramente caliente, pero solamente hace falta una manipulación preseleccionada del pomo de la ducha para conseguir una temperatura perfecta de 37 ºC. El agua de mi casa debería tener una presión como la de aquí: la fuerza con la que sale el agua de la ducha te arroja contra la pared opuesta del cubículo, y a 37º C la función MASAJE hace que se te pongan los ojos en blanco y los esfínteres se te abran (66). El teléfono de la ducha y su cable metálico flexible también se pueden quitar, de forma que uno puede agarrar el extremo y dirigirse el chorro castigador, por ejemplo, a un rodilla particularmente sucia o algo así (67).


(64) Mis intereses de ver el lavabo de un camarote de lujo fueron firmemente malinterpretados y rechazados por nadiritas adinerados y habitantes de áticos de lujo: son las desventajas de hacer un Crucero de Lujo como civil y no como periodista identificable.

(65) El baño del camarote 1009 siempre huele a un desinfectante noruego extraño pero no desagradable cuyo aroma se parece a como olería si alguien que supiera la composición orgánica exacta de un limón pero en realidad nunca hubiera olido un limón intentara sintetizar el aroma de limón. Más o menos la misma relación con un limón de verdad que las aspirinas infantiles de Bayer con una naranja de verdad.

El camarote en sí, por otro lado, después de que lo limpien, no huele a nada. A nada. Ni siquiera las alfombras, las camas, el interior de los cajones del escritorio, la madera de las puertas del Wondercloset: a nada. Es uno de los poquísimos lugares totalmente exentos de olores en los que he estado. Esto también empieza a darme miedo.

(66) Tal vez diseñado con esto en mente, el suelo de la ducha tiene una inclinación de diez grados desde todos los lados hasta el desagüe central, que es del tamaño de un plato del almuerzo y tiene una succión audiblemente agresiva.

(67) Este tipo de teléfonos de ducha de gran potencia y que se pueden desprender por lo visto pueden usarse también con propósitos no higiénicos e incluso lascivos. Oí a unos tipos de un pequeño contingente de la Universidad de Texas en sus vacaciones de primavera (el único grupo en edad universitaria que vi a bordo del Nadir) obsequiarse mutuamente con comentarios ingeniosos acerca de la ducha. Un tipo en particular tenía una fijación con la idea de que podría amañar la tecnología de la ducha para administrar una felación si pudiera conseguir un “trinquete métrico”: adivinen ustedes qué será eso.

Tijeretazo del ensayo Algo Supuestamente Divertido que Nunca Volveré a Hacer, de David Foster Wallace


14 de marzo de 2007

Tijeretazo: Predicador

La escena se sitúa en un bar de carretera cutre. Tres personajes están sentados a la mesa, junto a la cristalera. Uno es un tipo desgreñado con gafas de sol, mal afeitado y pinta de delincuente. La segunda persona es una joven delgaducha, malhumorada, de pelo revuelto. El tercero es un predicador, vestido con un traje negro y alzacuellos.

El Delincuente: ¿Aquí es dónde vas a empezar a buscarle, Jesse?

El Predicador (Jesse): Texas es un sitio tan bueno como cualquier otro.

El Delincuente: ¿Ah, sí?

La Chica Malhumorada: ¿Dónde buscarías tú?

El Delincuente: No sé, una vez conocí a un tipo que tenía la certeza absoluta de haber encontrado a Dios. Pero le encerraron por violar a retrasados por las cuencas de los ojos. Me acuerdo de que llevaba una chistera.

La Chica Malhumorada: ¿Y tu globo ocular en la punta de la polla?

El Delincuente: ¡Ja!

La Chica Malhumorada: Según dicen, hay dos sitios buenos para buscar a Dios: una iglesia y el culo de una botella.

El Predicador: Entonces quizá busque una licorería... porque te lo digo yo: seguro que en una iglesia no está.



Tijeretazo de el cómic Predicador (número 1, página 1)



20 de febrero de 2007

Los Grabados

Detrás de la casa, en un patio tiznado de hollín, había un manzano que en otro tiempo estaba en el campo, hasta que el gris Londres había llegado hasta allí y se había tragado a sus amables vecinos verdes. Un día, en un acceso de laboriosidad, una mano anónima había recolectado todas las manzanas y las había colocado en el alféizar de las ventanas, donde llevaban varios años, durante los cuales pasaron de manzanas viejas a tumefactos cadáveres de manzanas y, finalmente, a simples fantasmas de manzanas. La casa tenía un olor potente, compuesto de tinta, papel, carboncillo, brandy, opio, manzanas podridas, velas y café, mezclado con el aroma personal de dos hombres que trabajaban día y noche en un espacio no muy grande y a los que nunca, bajo ningún concepto, se podía inducir a abrir una ventana.

Lo cierto es que Minervois y Forcalquier a menudo olvidaban que existían sobre la faz de la tierra lugares tales como Spitalfields y Francia. Durante días, habitaban en el pequeño universo de los grabados que hacían para el libro de Strange y que representaban cosas extrañas de verdad.

Imágenes de grandes corredores, construidos más de sombras que de cualquier material. Las oscuras aberturas que se veían en las paredes sugerían la existencia de otros pasillos, como si los grabados mostraran el interior de un laberinto. En algunos aparecían anchas escalinatas que descendían a oscuros canales subterráneos. Había dibujos de un páramo vasto y oscuro por el que discurría un camino desolado. El espectador parecía mirar la escena desde gran altura. En el sendero, lejos, muy lejos, había una sombra –una pequeña raya en la pálida superficie-, muy lejana para que pudieras adivinar si era hombre, mujer o niño, o si era humana siquiera; pero su presencia en todo aquel espacio despoblado era inquietante.

Un grabado mostraba la figura de un puente solitario, tendido sobre las brumas de un vacío inmenso –quizá el mismo cielo-, y, a pesar de que el puente estaba construido de la misma sólida mampostería que los corredores y canales, tenía a cada lado diminutas escalerillas que descendían en torno a sus robustos pilares. Eran unas escaleras frágiles, construidas con bastante menos habilidad que el puente, pero eran muchas y bajaban perdiéndose entre las nubes hacia Dios sabe dónde.



Tijeretazo de la novela Jonathan Strange y el señor Norrel, de Susanna Clarke


10 de febrero de 2007

La Visión Más Distante

Mientras miraba con asombro aquella siniestra aparición que se arrastraba hacia mí, sentí sobre mi mejilla un cosquilleo como si una mosca se posase en ella. Intenté apartarla con la mano, pero al momento volvió, y casi inmediatamente sentí otra sobre mi oreja. La apresé y cogí algo parecido a un hilo. Se me escapó rápidamente de la mano. Con una náusea atroz me volví y pude ver que había atrapado la antena de otro monstruoso cangrejo que estaba detrás de mí. Sus ojos malignos ondulaban sus pedúnculos, su boca estaba animada de voracidad, y sus recias pinzas torpes, untadas de un limo algáceo, iban a caer sobre mí. En un instante mi mano asió la palanca y puse un mes de intervalo entre aquellos monstruos y yo. Pero me encontré aún en la misma playa y los vi claramente en cuanto paré. Docenas de ellos parecían arrastrarse aquí y allá, en la sombría luz, entre las capas superpuestas de un verde intenso.

Tijeretazo de la novela La Máquina del Tiempo, de Herbert George Wells

8 de febrero de 2007

La Decisión del Héroe

- ¿Cómo te imaginas el planeta negro?

- Como una luna gemela, de condiciones semejantes a la Tierra. Supongo que lo asimilo a la imagen de la luna porque pienso en él como en una segunda luna en negativo.

- Sí, yo también pienso en algo parecido, sin embargo, es posible que te encuentres con algo imprevisible, absolutamente original, impresionante o terrible u horroroso, debes estar preparado para afrontarlo.

- Profesor, fui durante muchos años tripulante de naves exploradoras. En este momento todo lo que necesito es algo suficientemente sorprendente como para hacerme salir del caparazón de indiferencia emotiva en que me he pertrechado desde la muerte de Tracy.

- ¿Estás dispuesto?

- Sí.

- Bien, entonces, suerte, muchacho, y recuerda que Margarita y yo estaremos en continuo contacto con la pequeña computadora de la nave y contigo.

- Volveré, señor.


Tijeretazo de la novela Asalto al Planeta Negro, de Rocco Sarto.