2 de enero de 2008

Hijos de las Estrellas

Desde que se formó la Tierra, el número total de átomos de cada elemento particular no ha cambiado, a excepción de la cantidad insignificante que se transforma mediante reacciones nucleares. Un átomo de carbono formado en una estrella extinta y ahora componente de una de sus neuronas cerebrales (tal vez la que en este preciso instante está procesando este pensamiento) puede haber formado parte en otra época del ala de un Archaceopteryx que vivió hace ciento cincuenta millones de años. Al morir este pequeño dinosaurio volador, fue biodegradado por la acción de bacterias y el átomo de carbono que nos ocupa pasó a convertirse en una parte del citoplasma de una de ellas. Cuando el agua de cualquier río arrastró la bacteria hasta el mar, esta quedó atrapada entre sedimentos y el átomo de carbono pasó a ser parte de una molécula de calcita. Los procesos tectónicos lo condujeron al interior de la Tierra, donde millones de años después la roca fundida que lo contenía salió eyectada a la superficie con el magma de un volcán. Nuestro átomo de carbono migró entonces a la atmósfera formando parte de una molécula de dióxido de carbono. Luego se incorporó mediante fotosíntesis a una planta de espinacas, justo la que a usted le obligaron a comer de niño, y así se incorporó a su cerebro.



Tijeretazo de Hijos de las Estrellas, de Daniel Roberto Altschuler
Cambridge University Press
ISBN 84-8323-255-3

1 comentario:

nn dijo...
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