Todo es Eventual es el título de una de las recopilaciones de relatos cortos de
Stephen King. Leí el libro hace un par de años y, entre los cuentos que contiene, me encontré con el llamado
1408. Y debo confesar que, de no ser por el estreno de la película homónima (aquí rebautizada como
La Habitación 1408) protagonizada por
John Cusack, jamás habría vuelto a recordar ese breve relato. Para ser completamente sincero, sigo sin recordarlo. Tengo el libro frente a mí, he ojeado las páginas de
1408, y me siento como si jamás las hubiese leído. Lo cual me hace pensar que el cuento de
King es tan olvidable como su adaptación cinematográfica.
1408 nos cuenta la historia de
Mike Enslin, un engreído escritor que abandonó la literatura seria para dedicarse a proyectos más alimenticios: una horrenda serie de ensayos pseudos científicos que habrían entusiasmado a
Iker Jiménez, sobre cementerios, moteles y casas presuntamente encantados. Pero una desagradable sorpresa aguarda a nuestro egocéntrico personaje: en el
Hotel Dolphin, de Nueva York, hay una habitación que derrumbará en apenas una hora toda el escepticismo del protagonista y le adentrará en una espiral de horror para él, y de aburrimiento para el pobre espectador.
Mikael Håfström dirige esta insípida película, estirando hasta lo insufrible un anodino cuento de 40 páginas. A falta de un guión sabroso, el film se limita a encadenar una serie de acontecimientos sobrenaturales carentes de sutileza que asustarán a pocos. Cuadros moviéndose, fantasmas pasando de largo por la habitación, paredes rezumando sangre… y una larga lista de tópicos vistos una y mil veces y filmados sin el más pequeño atisbo de inspiración. Si bien los minutos iniciales de la película logran, gracias a
Samuel L. Jackson, un mínimo de suspense premonitorio, la sensación se derrumba estrepitosamente cuando el director comienza a desplegar el repertorio de poltergeist con una decepcionante falta de talento que logra hacer del visionado de
1408 una experiencia, siendo generosos, aburrida.
Sólo hacia el final se intenta dar un giro sorprendente a la trama. Por desgracia, las sorpresas se ven venir de lejos, y el pretendido efecto se va por el sumidero. Los créditos finales llegan y el espectador se retira sabiendo que pronto habrá olvidado esta película. ¿Cómo habíamos dicho que se titulaba?
John Cusack tras asistir al estreno de 1408
(¡¡Dios mío, qué he hecho!!!)