Cuando le explicas el desarrollo de Bohnanza a alguien que no lo conoce puedes ver en su cara esa expresión de “¿qué me estás contando? ¿judías?”. Y es que la cosa tiene miga. Pese a ser, por su sencillez, uno de esos juegos considerados “de relleno” (o fillers), Bohnanza es lo suficientemente original en su argumento y su sistema como para, por lo menos, despertar curiosidad y extrañeza. Y además el juego es muy divertido. Y barato.
En su edición de Amigo, este juego (que a fecha de hoy está en el puesto 111 de la BGG) viene en una pequeña cajita ideal para el trasporte pues cabe en un bolsillo. Dentro de la cajita están las instrucciones (en alemán) y las cartas del juego (¿había dicho ya que es un juego de cartas?). Las cartas son pequeñas y manejables, de tamaño Munchkin. El material es de calidad, con el cartón ligeramente rugoso para evitar que patinen, y los bordes blancos son ideales para que no se acuse tanto el maltrato. Las ilustraciones son a todo color (¡por las dos caras!) y muy graciosas. El mazo tiene 6 cartas de tercer campo, y un total de 104 cartas de judía, en ocho tipos distintos.
¿Y de qué trata Bohnanza? Pues resulta que en este juego nos convertimos en agricultores plantadores de judías. Tenemos un par de campos (que pueden ser tres si invertimos monedas en ello) dónde iremos cultivando distintos tipos de judía para luego venderlas y ganar dinero. Ganará el juego el que, al final, tenga más monedas de oro.
El reglamento no es complicado en la práctica, pero resulta algo farragoso de explicar. Básicamente, los jugadores (por turno) irán plantando en su área de juego las cartas de judía que tienen en la mano, teniendo en cuenta que en un mismo campo no puede haber distintos tipos de judía. Cuando plantas una judía (y es obligatorio plantar al menos una por turno) en un campo que no tiene ese tipo de carta, debes antes vender las judías plantadas aunque eso no te reporte beneficios. Y cuantas más judías de un tipo logres plantar juntas, más dinero ganarás.
Lo chocante es que las cartas deben jugarse en el mismo orden en que las vas recibiendo. ¡No se puede alterar ese orden! Y, claro, a la hora de plantar ciertas judías puedes verte obligado a tener que hacer sitio en tus campos (vendiendo a la fuerza tus cosechas). Por suerte, tenemos una fase de mercado, en la que podemos intercambiar las cartas de la mano (¡e incluso regalarlas!) a otros jugadores, siempre y cuando ellos (¡malditos!) acepten esos cambios o regalos. Veréis como se las apañan para no aceptar regalos cuando más desesperados estéis por deshaceros de ese maldito frijol...
Cuando, por necesidad o interés, vendemos nuestros campos, recibimos (casi siempre) monedas de oro a cambio. Esas monedas, de hecho, son las propias cartas de judía al revés, pues el reverso tiene dibujadas unas enormes monedas de oro. Habitualmente sólo se convertirán en monedas unas pocas de las judías vendidas. El resto van al descarte.
Mientras avanza el juego, los jugadores irán robando cartas del mazo, en las fases del mercado y de fin de turno. Cuando el mazo se termina, se baraja el descarte y se monta un nuevo mazo, esta vez más pequeño porque parte de las judías se han convertido en monedas que ahora están sobre la mesa. Cuando el mazo se termina por segunda vez se repite la maniobra (esta vez con un mazo muy menguado) y se prosigue. Y al terminarse el tercer mazo, concluye la partida. Los jugadores aún pueden vender sus últimas plantaciones. Ahora se cuenta el dinero, ¡y el más rico gana!
Pese a la perplejidad inicial que provoca, el juego se aprende en dos vueltas. Las partidas son divertidas, el despliegue de cartas a todo color resulta muy vistoso y los jugadores interactúan mucho trapicheando en el mercado. Aunque la caja anuncia que las partidas duran 45 minutos, fácilmente se puede llegar al doble de tiempo. Pero se pasa volando, palabrita de labrador.
En síntesis, tenemos un juego muy económico, apto para jugones habituales y esporádicos. El precio oscila entre los 6 y los 10 euros. Las cartas no tienen texto (aparte del nombre de la judía, que es irrelevante) y las instrucciones en castellano están aquí, así que el idioma no es un problema.
Que ustedes lo cosechen bien.
En su edición de Amigo, este juego (que a fecha de hoy está en el puesto 111 de la BGG) viene en una pequeña cajita ideal para el trasporte pues cabe en un bolsillo. Dentro de la cajita están las instrucciones (en alemán) y las cartas del juego (¿había dicho ya que es un juego de cartas?). Las cartas son pequeñas y manejables, de tamaño Munchkin. El material es de calidad, con el cartón ligeramente rugoso para evitar que patinen, y los bordes blancos son ideales para que no se acuse tanto el maltrato. Las ilustraciones son a todo color (¡por las dos caras!) y muy graciosas. El mazo tiene 6 cartas de tercer campo, y un total de 104 cartas de judía, en ocho tipos distintos.
¿Y de qué trata Bohnanza? Pues resulta que en este juego nos convertimos en agricultores plantadores de judías. Tenemos un par de campos (que pueden ser tres si invertimos monedas en ello) dónde iremos cultivando distintos tipos de judía para luego venderlas y ganar dinero. Ganará el juego el que, al final, tenga más monedas de oro.
El reglamento no es complicado en la práctica, pero resulta algo farragoso de explicar. Básicamente, los jugadores (por turno) irán plantando en su área de juego las cartas de judía que tienen en la mano, teniendo en cuenta que en un mismo campo no puede haber distintos tipos de judía. Cuando plantas una judía (y es obligatorio plantar al menos una por turno) en un campo que no tiene ese tipo de carta, debes antes vender las judías plantadas aunque eso no te reporte beneficios. Y cuantas más judías de un tipo logres plantar juntas, más dinero ganarás.
Lo chocante es que las cartas deben jugarse en el mismo orden en que las vas recibiendo. ¡No se puede alterar ese orden! Y, claro, a la hora de plantar ciertas judías puedes verte obligado a tener que hacer sitio en tus campos (vendiendo a la fuerza tus cosechas). Por suerte, tenemos una fase de mercado, en la que podemos intercambiar las cartas de la mano (¡e incluso regalarlas!) a otros jugadores, siempre y cuando ellos (¡malditos!) acepten esos cambios o regalos. Veréis como se las apañan para no aceptar regalos cuando más desesperados estéis por deshaceros de ese maldito frijol...
Cuando, por necesidad o interés, vendemos nuestros campos, recibimos (casi siempre) monedas de oro a cambio. Esas monedas, de hecho, son las propias cartas de judía al revés, pues el reverso tiene dibujadas unas enormes monedas de oro. Habitualmente sólo se convertirán en monedas unas pocas de las judías vendidas. El resto van al descarte.
Mientras avanza el juego, los jugadores irán robando cartas del mazo, en las fases del mercado y de fin de turno. Cuando el mazo se termina, se baraja el descarte y se monta un nuevo mazo, esta vez más pequeño porque parte de las judías se han convertido en monedas que ahora están sobre la mesa. Cuando el mazo se termina por segunda vez se repite la maniobra (esta vez con un mazo muy menguado) y se prosigue. Y al terminarse el tercer mazo, concluye la partida. Los jugadores aún pueden vender sus últimas plantaciones. Ahora se cuenta el dinero, ¡y el más rico gana!
Pese a la perplejidad inicial que provoca, el juego se aprende en dos vueltas. Las partidas son divertidas, el despliegue de cartas a todo color resulta muy vistoso y los jugadores interactúan mucho trapicheando en el mercado. Aunque la caja anuncia que las partidas duran 45 minutos, fácilmente se puede llegar al doble de tiempo. Pero se pasa volando, palabrita de labrador.
En síntesis, tenemos un juego muy económico, apto para jugones habituales y esporádicos. El precio oscila entre los 6 y los 10 euros. Las cartas no tienen texto (aparte del nombre de la judía, que es irrelevante) y las instrucciones en castellano están aquí, así que el idioma no es un problema.
Que ustedes lo cosechen bien.
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