Ya comentaba en otra entrada mis primeras impresiones sobre este juego de Reiner Knizia. Tras haber disfrutado varias veladas de él daré algunos detalles más. Lo primero que llama la atención son los preparativos antes de comenzar a jugar. Resulta que A Través del Desierto tiene un buen montón de fichas de cartón: unas fichas redondas que señalan los pozos del desierto y otras cuadradas que sirven para contabilizar los puntos obtenidos al conquistar oasis, hacer largas caravanas de camellos o cercar zonas del desierto. Hay varias fichas de cada tipo, y entre todas forman una mezcla algo caótica. Si, como a mí, os agrada tener todas las fichas bien ordenadas junto al tablero, más os vale guardar cada tipo de fichita por separado (por ejemplo, en bolsitas con cierre), porque de otro modo os cansaréis de separarlas y organizarlas cada vez. Sobre los camellitos se puede decir exactamente lo mismo. Al principio del juego hay que separarlos por colores, y si en la caja los tenemos todos revueltos habrá que perder unos minutos en esta tarea.
Si a la mesa hay jugadores que no conozcan las reglas, no tardaremos más de cinco minutos en explicárselas. Son sencillas, aunque con un buen número de posibilidades. Además, se observa en ellas un excelente equilibrio gracias a pequeñas modificaciones que se realizan sobre el juego dependiendo del número de jugadores.
En cuanto a las reglas, la idea general es esta: cada jugador controla una tribu de beduinos y cinco caravanas de camellos. El objetivo es conquistar el desierto, lo cual nos dará puntos de victoria. Estos puntos se obtienen de varios modos: llegando con nuestros camellos a hexágonos con pozos de agua, llegando hasta los oasis (las palmeritas de plástico), cercando zonas de desierto y formando caravanas más largas que las de los otros jugadores.
Cada jugador, en su turno, coloca dos camellos sobre el tablero. Así, las caravanas van creciendo y concediendo más y más puntos a sus dueños. Los primeros turnos son rápidos y menos estratégicos, pero pronto se hace necesario plantearse tácticas para alcanzar zonas interesantes y para cerrar el avance de las caravanas de nuestros rivales. En pocos turnos el tablero se encuentra infestado de camellos, y cada vez se hace más difícil cercar zonas o alcanzar ese codiciado oasis.
El juego se desarrolla con fluidez porque los turnos son rápidos. Los jugadores están siempre muy pendientes del tablero y la partida avanza de forma ligera y sosegada. Es un juego que no provoca alboroto. Nuestra anfitriona (¡hola, Gema!) se asomó en cierta ocasión a la sala para preguntar si estábamos jugando, porque no nos oía abrir la boca. Pero allí estábamos, concentrados en las jugadas y disfrutando de un eurogame a medio camino entre los fillers y los juegos complejos.
Concluyendo, A Través del Desierto me parece un juego amable para todo tipo de jugadores. Sus reglas son sencillas y los componentes muy vistosos. Las partidas pueden rondar la media hora y, pese a que exigen cierta concentración, no agotan en absoluto. Sin embargo, no lo considero como el mejor juego de Knizia. Anoche mismo, tras disfrutar con A Traves del Desierto, emprendimos una apasionante partida del fabuloso Modern Art (también de este diseñador). Nos faltaba la copa de brandy, el puro habano y a Louis Armstrong sonando en el estéreo. Pese a las virtudes de A Través del Desierto, me quedo con el majestuoso equilibrio y elegancia de Modern Art. Aunque para gustos, colores. Y para colores, camellos.
- Lo peor: la cantidad y variedad de componentes hacen farragoso preparar la partida.
- Lo mejor: sus vistosos componentes y el modo en que el juego logra que todos los jugadores estén concentrados en el tablero (ideal para robarle las palomitas al de al lado sin que se entere).
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